Todos los que algún día nos sentimos eclipsados, sabemos que en algún momento, esos matones serán los que vivan a la sombra. Porque no hay mayor acto de valentía, que revelarse ante lo establecido. Yo ya lo he hecho y, ahora, os animo a vosotros a hacerlo.
En el apogeo del periodismo en Cataluña, donde los titulares se conjugan con la épica de unos poquitos elegidos, el RCD Espanyol —centenario, noble y resistente— parece condenado al papel de desertor, de actor secundario en una obra cuya trama ya ha sido escrita por otros, quizás mal contada. Su historia, rica y trágica a partes iguales, se ha ido desvaneciendo en las tinieblas de aquellos que quizás por miedo a ser diferentes no se atreven a darle voz, o que tal vez no les merece la pena. Quizás puede que influya la omnipresente figura del Fútbol Club Barcelona, ese Goliat moderno revestido de mito, marketing y política que sobrevive a trancas y palancas y que abarca con todo el noticiario habido y por haber en Cataluña.
El olvido no es un accidente, sino una estructura. En los grandes medios catalanes —desde los editoriales de La Vanguardia hasta los espacios deportivos de TV3 o Catalunya Ràdio— el Espanyol no solo es ignorado, sino a menudo silenciado o ridiculizado. El barcelonismo es celebrado como identidad nacional, como proyecto cultural e incluso como símbolo de resistencia histórica, mientras que el Espanyol es caricaturizado, vandalizado y asociado a la más absoluta miseria. ¿Hasta cuándo?
¿Dónde están los documentales, los especiales, los análisis profundos sobre los años de Sarrià? ¿Por qué los goles de Tamudo o la elegancia de Luis García no son reverenciados en la memoria colectiva de Cataluña? ¿Por qué Dani Jarque no es un emblema deportivo? La prensa que construyó leyendas con los suspiros de Messi o las lágrimas de Guardiola, apenas concede migajas al segundo club más antiguo de la ciudad. No es solo un desdén: es una forma de amputar la memoria.
Y esto llega a todas las plazas; en los patios de los colegios, los niños que visten la camiseta blanquiazul sufren burlas, son tachados de «traidores», de «españolistas», como si el fútbol fuera ya no solo una cuestión de afinidad deportiva, sino de pertenencia ideológica. Ser perico en Cataluña, a menudo, se convierte en un acto de resistencia íntima, en una fidelidad que se defiende en silencio. Ya es hora de que nos dejen volar, de que la nueva sociedad nos haga grandes y nos permita vivir el sueño americano. Porque VSL nos hará Volar Sin Límite, estoy seguro. Porque esta afición no tiene techo, porque este club no tiene freno y porque esta pasión trasciende lo deportivo.
La historia está plagada de pueblos olvidados y de héroes tachados de bandidos. Troya cayó no solo por la fuerza del enemigo, sino por la ceguera de sus aliados. El Espanyol conserva aún el esplendor de sus tiempos más bellos, pero las trompetas de los medios tocan para otro imperio, y encima al unísono. Como los navíos malditos de Ulises, como la aldea gala que se niega a caer ante Roma, como el pobre comerciante que ve que las grandes empresas le comen; el RCD Espanyol sobrevive al relato único, a la marginación y al desprecio. Y aunque a muchos les pese, Barcelona siempre será su ciudad, sus fundadores son catalanes y su legado es histórico; desde el 1900 hasta el 2025.