No es solo para monjes

Pero en todo esto, hay algo que es aún mejor. Y es que para ver ejemplos de personas que viven “de otro modo”, no hace falta que me pare a observar a los monjes o religiosas. Sino que mucho más cerca de mí hay innumerables testimonios que gritan, en su manera de vivir, como Dios es su padre y es Él quien cuida de ellos.
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Joan García Almeda

“Qué sencillas son las monjas que viven al día”, “qué gran ejemplo son los frailes que viven de la Providencia” o “los consagrados viven de otro modo”. Frases como estas salen de la boca de muchos cuando ven cómo viven muchos religiosos.

Y esto no es de extrañar. Porque ver con qué espíritu viven muchos consagrados, de distintas órdenes religiosas, es algo que hace brotar la admiración, desde el corazón. Hermanitas del Cordero, Misioneras de la Caridad, Franciscanos, Carmelitas, Agustinos, Dominicos… Estas y muchas otras son las comunidades religiosas que experimentan día a día cómo Dios provee.

Pero en todo esto, hay algo que es aún mejor. Y es que para ver ejemplos de personas que viven “de otro modo”, no hace falta que me pare a observar a los monjes o religiosas. Sino que mucho más cerca de mí hay innumerables testimonios que gritan, a través de su modo de vida, cómo Dios es su Padre y es Él quien cuida de ellos.

Porque mientras los periódicos alertan de que: el mundo está peor, la vivienda se convierte en un artículo de lujo, la tensión entre países crece, la economía parece quebradiza, hay una crisis de valores… yo veo algo distinto.

Veo amigos míos, jóvenes, que se prometen y que deciden entregarse el uno al otro, aun sin tener las “garantías” que el mundo dicta que debes tener. Veo familias que deciden abrirse a la vida sin miedo a que se les descuadre el Excel o que reciben a los niños, vengan como vengan, como auténticas bendiciones. Veo a personas que quiero, cómo les florece su vocación y entran al seminario, a pesar de que sea una locura para otros. Veo almas heridas que, en vez de endurecerse, siguen confiando y abrazando su cruz, sin saber cómo sanarán.

Y esto que contemplo, como si de una puesta de sol se tratara, no es fruto del azar o de la inconsciencia. No. Es fruto de que todas estas personas se saben amadas por un Padre que cuida de ellos. Saben que tienen un Dios que les provee de todo aquello que necesitan. Y saben también que todo es Providencia, y todo es un regalo, incluso la precariedad.

Por este motivo, creo que sería un error pensar que este asunto de la Providencia es algo que solo aplica a los monjes. Que no aplica al resto de los mortales. Como si no tuviera fuerza más allá de los muros del convento. Pero afirmar que la Providencia es limitada sería afirmar que Dios lo es. Y todos sabemos que eso no es cierto.

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