La Reina de Cuba

Ana Belén Montes, la analista de inteligencia que durante más de quince años espió para Cuba desde el corazón del gobierno estadounidense sin levantar sospechas
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Gonzalo Michavila Fernandez

«El Rey tiene noticia de todo cuanto traman, por escuchas que ni imaginan», Enrique V, Shakespeare.

Esta cita Shakespeareana tenía la Reina de Cuba en su cubículo de trabajo en la DIA (Agencia de Inteligencia de Defensa) a la vista de todos sus compañeros de trabajo.

Ana Belén Montes creció en los barrios residenciales de Baltimore. Su padre era psiquiatra. Estudió en la Universidad de Virginia para después cursar un máster en Relaciones Internacionales en la Universidad Johns Hopkins. Tenía fuertes convicciones políticas que le hacían defender al gobierno sandinista marxista de Nicaragua, que en esos momentos estaba siendo presionado por Estados Unidos para lograr su derrocamiento. Su joven y fuerte activismo llamó la atención de un reclutador de la Inteligencia Cubana. En 1985, realizó un viaje secreto a La Habana para sentar las bases de lo que sería su futuro más próximo. Ese mismo año ingresó en la DIA y su ascenso fue sorprendentemente veloz.

Llegaba a la oficina a primera hora de la mañana, almorzaba en su mesa y se mostraba reservada. Vivía sola, en un apartamento de dos dormitorios en el barrio de Cleveland Park de Washington. Nunca se casó. Así estuvo viviendo la principal analista de inteligencia dedicada a temas cubanos durante más de quince años.

Debido a su buen papel y a los ascensos que obtuvo en el cuerpo de inteligencia estadounidense, consiguió una beca para vivir en Cuba durante un año para, en principio, poder estudiar a fondo e informar a los servicios de inteligencia estadounidense sobre la realidad política cubana. Más de una década después, Estados Unidos se daría cuenta de que ese viaje fue un caramelo en boca de Fidel Castro y el gobierno cubano. Y así fue, la reconocida y prestigiosa -dentro del Cuerpo estadounidense- analista de asuntos cubanos, estuvo más de una década anotando diariamente en un cuaderno todas las conversaciones y maniobras que se estaban llevando a cabo en las más altas esferas de inteligencia del gobierno de Estados Unidos.

Nadie sospechó ni un segundo de que Ana Belén Montes fuese una espía cubana, ni siquiera su novio, trabajador del Pentágono especialista en inteligencia latinoamericana que tenía por misión descubrir espías del continente sudamericano. Tampoco le saltaron las alarmas a su hermano, agente del FBI implicado en temas de inteligencia.

Hermanos al Rescate

Desde principios de los años 90, Hermanos al Rescate, una organización con base en Miami, realizaba misiones para avistar y rescatar balseros cubanos que huían de la isla. Con el tiempo, su enfoque se tornó más político, incluyendo sobrevuelos en espacio aéreo cubano para arrojar panfletos contra el régimen. Esto aumentó la tensión con el gobierno cubano, que en repetidas ocasiones había advertido sobre posibles represalias. El 24 de febrero de 1996, dos aviones Cessna 337 de la organización fueron derribados por cazas MiG-29 de la Fuerza Aérea de Cuba sobre el Estrecho de Florida. Este ataque, ordenado por el gobierno de Fidel Castro, dejó cuatro pilotos muertos y desató una crisis diplomática entre Estados Unidos y Cuba.

Este incidente hizo saltar las alarmas dentro de la DIA y pusieron el foco en Ana Belén Montes. A partir de ese entonces, un analista de contrainteligencia militar, llamado Reg Brown, empezó a alertar a sus oficiales sobre la posibilidad de que Ana Belén Montes fuese una espía cubana. Tras muchos polígrafos, entrevistas y análisis, la Reina de Cuba logró escurrir el bulto y seguir en su puesto, pero teniendo a parte de la inteligencia americana con sospechas.

Tras años de investigaciones, el FBI logró descubrir que Montes había estado espiando para Cuba desde la década de los 80, entregando secretos de inteligencia estadounidenses a la Dirección de Inteligencia cubana.

En septiembre de 2001, apenas días después de los ataques del 11 de septiembre, Montes fue arrestada y posteriormente sentenciada a 25 años de prisión. Su traición fue considerada una de las más graves en la historia de la inteligencia estadounidense, ya que había comprometido información estratégica y operativa sobre las actividades de Estados Unidos en Cuba.

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