En la historia de la humanidad hay guerras por tierras, por religión, por recursos… y luego está la joya del absurdo: una guerra por un partido de fútbol. Bueno, técnicamente no fue solo por el fútbol, pero ¿quién necesita tecnicismos cuando se puede contar que dos países acabaron a tiros porque uno le metió un gol al otro?
Corría el año 1969, la Guerra Fría estaba en su apogeo, el hombre estaba a punto de pisar la Luna, y en Centroamérica, El Salvador y Honduras estaban a punto de pisarse la cabeza. El ambiente ya venía tenso: había problemas sociales, migratorios y territoriales. Muchos salvadoreños vivían en Honduras, y la reforma agraria hondureña los miraba como quien ve al último pedazo de pastel: con ganas de quitárselo del plato.
Pero como si todo eso no fuera suficiente, llegó el momento cumbre: las eliminatorias para la Copa Mundial de 1970. Honduras y El Salvador se enfrentaron en una serie de tres partidos, y lo que comenzó como un evento deportivo se convirtió en un campo de batalla con árbitros y comentaristas.
En el primer partido, jugado en Tegucigalpa, Honduras ganó 1-0. La prensa salvadoreña no lo tomó bien, y cuando el segundo partido se jugó en San Salvador, El Salvador ganó 3-0, y los aficionados decidieron que celebrar el gol no era suficiente; había que lanzar piedras al autobús del equipo contrario. Espíritu deportivo ante todo.
El tercer partido, jugado en México como terreno neutral, lo ganó El Salvador 3-2. Minutos después, El Salvador rompió relaciones diplomáticas con Honduras. Y el 14 de julio de 1969, mientras el mundo miraba hacia el cielo esperando ver astronautas, El Salvador miró hacia el norte… y mandó sus tropas.
Duró cuatro días. Murieron unas 3,000 personas. Y sí, lo de “Guerra del Fútbol” fue el apodo que le puso un periodista porque, seamos honestos, “Guerra por la Reforma Agraria, la Migración y el Nacionalismo Mal Canalizado” no tenía el mismo gancho.
Al final, se firmó la paz, se devolvieron las tropas, y el fútbol volvió a ser eso que arruina reuniones familiares sin llegar a los tiros —normalmente—. Pero nos quedó este evento pintoresco de la historia: la única guerra en la que los uniformes de camuflaje casi se reemplazan por camisetas de la selección.
Moraleja: el fútbol es pasión, sí, pero si ves que tu vecino está afilando un machete por un penalti mal cobrado… mejor cambia de canal o corre a la cocina a por cuchillos. Espíritu deportivo ante todo otra vez.