Hay cierta gente que repite que no es bueno hacerse ilusiones. Y si uno se las hace entonces tratan de tacharle rápidamente de “iluso”. Claro está, que vivir en una fantasía paralela y alejada de la realidad no es algo que haga bien al hombre. Pero lo que sí es cierto es que estar expectante no es para nada eso.
Entonces, ¿qué significa estar expectante? O mejor dicho ¿cuándo uno ha vivido haciéndose expectativas? Porque, aunque algunos traten de afirmar lo contrario, vivir de este modo, forma parte de nuestra vida cotidiana.
Y si miento en lo que digo, entonces ¿cómo podría explicarse que cada año millones de niños se queden en vela, hasta tantas horas de la noche, la víspera de reyes? O ¿cómo podría explicarse ese cosquilleo tonto que se siente cuando uno entra al vagón del tren, preguntándose con quién se va a encontrar?
La expectativa es un síntoma de estar vivo. Una persona que está viva se ilusiona, anhela y, sobre todo, espera. De hecho, son los vivos quienes esperan que los muertos resuciten. Al contrario de los muertos, que ya lo saben.
Los necios, que viven sin esperar nada, y se hacen llamar “realistas” son los que acusan a los expectantes de no vivir en la realidad. Pero paradójicamente mientras los realistas habitan en un mundo insípido y gris, son los expectantes los que viven atentos a la realidad para degustar y deleitarse con todo lo que en ella acontece.
Así que, si algún necio os señala y ridiculiza por estar vivos, recordadle que quien espera no sueña, sino que permanece despierto, expectante ante la forma en que Dios actuará en su historia.